El miedo en niños y adolescentes

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Silvana Calcagno Nieto
Silvana Calcagno Nieto

Codirectora del máster en terapia estratégica e integradora. Psicoterapeuta especializada en neuropsicología, logopedia Y PNL. Socia fundadora en ACCIÓ Psicología. Gracias a su formación en Terapia Breve con Giorgio Nardone, centra su actividad profesional atendiendo a familias, niños, adolescentes, adultos y parejas, además de su larga experiencia en dinámica escolar como psicóloga escolar.

El diccionario de la RAE define el miedo como la angustia por un riesgo real o imaginario. En psicología se le define como un sentimiento de desconfianza que impulsa a creer que va a suceder algo negativo; angustia por la creencia de que va a suceder algo peligroso que puede ser real o imaginario.

Cuando hablamos del miedo desde el punto de vista de la Terapia Breve Estratégica, lo situamos dentro de las cuatro “Emociones de Base”: dolor, rabia, placer y miedo. Son las cuatro emociones básicas sobre las que construimos nuestras reacciones. 

Cada una de estas emociones tiene una parte positiva y otra negativa. La parte positiva del miedo es la de generarnos una reacción de huida, o de lucha, ante una situación que pueda dañarnos. La parte negativa es la que puede conducirnos a una alteración emocional, que suele favorecer una fobia o una estructura obsesiva, con las consiguientes sintomatologías que limitan la vida cotidiana de las personas. 

Nos vamos a concentrar en cómo sienten el miedo y, más importante, de qué forma lo gestionan y cómo puede perjudicar a los niños y a los adolescentes.

¿Cómo funciona el mecanismo del miedo? 

La neurología nos explica que las reacciones ante las emociones básicas se desencadenan en el paleoencéfalo. Es la parte más antigua del encéfalo, nuestro cerebro primitivo. Se llama también cerebro reptiliano porque está presente también en los reptiles. Se ocupa de nuestras funciones básicas, así como de nuestras reacciones instintivas, tanto mecánicas (comer, beber, dormir, respirar, aparearse), como de las reacciones que tienen que ver con nuestra supervivencia como la huida o la lucha. Esta parte del encéfalo tiene la función de actuar y no es capaz de pensar, ni de sentir. Como es un cerebro que cubre los procesos instintivos del ser humano, está guiado por la supervivencia, y por esta razón, resulta muy resistente al cambio. Efectivamente, cuando hablamos de miedo, estamos hablando de una emoción primaria y, por esa razón, resulta una tarea costosa superar una fobia.

Mientras que el paleoencéfalo se ocupa de la parte más instintiva de nuestro comportamiento, el córtex prefrontal controla la regulación de las respuestas ante las situaciones que se nos presentan. El córtex prefrontal es un área cerebral involucrada en la planificación del comportamiento, en los procesos de toma de decisiones, en la adecuación del comportamiento social y en la expresión de nuestros rasgos de personalidad entre otros. 

Según estudios neuropsicológicos (S.Bunge y S.Wright 2007), la capacidad de modular nuestras respuestas ante estímulos de alerta va evolucionando y madurando a la par que la capacidad cognitiva. Es decir, a medida que crecemos, somos más capaces de controlar nuestros impulsos y reacciones ante los estímulos. Por esta razón, cuanto más pequeño es un niño, menos capacidad posee para autocontrolar sus reacciones. Cualquier emoción resulta intensa y difícil de gestionar. El adulto es el que deberá ayudar y enseñar al niño a reaccionar a sus emociones de forma adecuada.

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¿Cuál es la manera de ayudar a los niños con sus miedos?

El “modelaje” resulta lo más efectivo y natural. Los niños aprenden por imitación. Utilizan diferentes recursos para incorporar lo que viven a su alrededor para , más tarde, utilizarlo. El juego es uno de esos recursos. El niño reproduce en el juego sus vivencias, adjudicándose los diferentes roles que él presencia. Reproduce una situación que ha vivido en el colegio con la profesora y sus compañeros, y aprenderá lo que ha hecho cada parte para resolver la situación mientras lo imita.

Por este motivo es importante tener en cuenta, si tenemos a nuestros hijos presenciando una discusión en casa, de qué manera resolvemos el conflicto. Si el conflicto se resuelve con violencia, los niños aprenden que para resolver una situación difícil, necesitamos usar la violencia. Si resolvemos un problema escuchando al otro y buscando entre todos una solución de forma calmada y seria, el niño va a recibir ese mensaje y será lo que él mismo imitará en lo sucesivo.

El miedo a menudo se transmite a través de las figuras más influyentes. Cuando la mamá está paseando de la mano del hijo, y se sobresalta al acercarse un perro, está enviando una señal de alarma a su hijo: «¡Cuidado: perro!». El hijo capta rápidamente el mensaje y es muy probable que comience a no fiarse de los perros. 

Muchos miedos se transmiten, pero otros son evolutivos. Hasta los diez años, van apareciendo temores que después deberían desaparecer por sí mismos. El temor a separarse de los padres, a dormir fuera de casa, a que aparezca un ladrón y lo rapte, o pueda hacer algo malo a la familia, a la oscuridad, también a la muerte. Estos miedos son funcionales, sirven para proteger al niño y socializarlo. Cuando el niño habla de sus miedos, la mejor manera de ayudarlo es preguntarle sobre lo que se imagina, piensa, o siente sobre ese miedo. Incluso puede dibujar el monstruo que se imagina, el hombre malo, o la oscuridad. La única forma de vencer el miedo es pasar a través de él. Quitar importancia o razonar con el niño que eso que él teme no le va a pasar, no le ayuda.

¿Qué ocurre en la adolescencia?

En la adolescencia, el miedo mayor suele ser el de no ser valorado o aceptado por sus pares. La inseguridad que desencadenan los cambios hormonales hace que tambaleen sus ideas de niño y necesite construir nuevas creencias sobre sí mismo, sus colegas y las personas que le rodean y son importantes para él. La infancia ha sido hasta ahora un puerto seguro, en donde, si había marejada o temporal, el niño se sentía seguro y protegido. Ahora, adolescente, el chico sale del puerto y se enfrenta al mar abierto, y él tiene que capear el tiempo que le toque.

Ante ese miedo mayor, lo demás resulta secundario: clases, tareas, que los padres se enfaden, todo eso puede resolverse fácilmente, o menos, pero lo que le interesa más es ser aceptado. El adolescente querrá tener ese tema resuelto y le va a ocupar un montón de tiempo atenderlo.

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El miedo a "no saber" y la atracción al miedo

Si nos vamos al miedo en general, podemos afirmar que siempre hay algo que coincide: el no saber. Nos genera ansiedad todo aquello que no podemos controlar y no podemos controlarlo cuando no tenemos la información necesaria, o cuando depende de otros. Cuando tenemos incertidumbre, siempre pensamos lo peor. Si no sabemos, nos preocupamos.

¿Qué pasa cuando está oscuro? Que no vemos lo que hay, no sabemos.

¿Qué pasa cuando no sabemos cómo nos juzga una persona que es  importante para nosotros? Pensamos que a lo mejor no le gusta nuestra forma de vestir o de hacer las cosas.

Sin embargo, el miedo también atrae. Películas, novelas o actividades como las atracciones en las que aparecen personajes atemorizantes nos atraen. Ahora se acerca Halloween y es la celebración por excelencia del miedo: las personas se caracterizan para verse y mostrarse aterradores. ¿Por qué esa atracción?

Parece que disfrutamos acercándonos al miedo de forma lúdica. Simbólicamente, lo estamos venciendo y eso, sobre todo a los niños, les hace sentirse fuertes. También nos gusta sentir el subidón de adrenalina que produce el cerebro cuando sentimos miedo en estas situaciones festivas, ya que nos encontramos seguros porque estamos de fiesta con amigos y familiares. Además, en esos momentos, nuestro cerebro libera al mismo tiempo dopamina y serotonina, neurotransmisores asociados a la recompensa, la euforia y el placer.

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